La crisis del chanchito de tierra

Perdiendo el equilibrio entre el ser y el deber ser

Llego a mi trabajo, me siento frente al computador y no sé qué hacer. Es como si todo estuviese listo y es un despropósito que yo esté ahí. Repaso temas en mi mente, pero mi imaginación es más fuerte y de aburrimiento visualizo un camino largo en un bosque, donde me encuentro cajitas cada ciertos metros conteniendo tareas pendientes de casi cero importancia. Solo verlas, me cansa. Entonces, continuo avanzando por ese largo camino de suelo blanco, árboles flacos con algunas hojas verde claro, como un ficus que orinó una de nuestras gatas y cayó en desgracia, mientras los rayos de sol que arremeten en la trama se encargan de iluminar e inmovilizarlo todo.

Alguna vez trabajar fue mi gran pasión y me sentí muy satisfecha de mis contribuciones. Durante ese tiempo, aprendí que en esa senda me acompañaron quienes se aprovecharon de mi falta de experiencia. Aparecieron también los que no logré entender y a los que no les agradé. Traté de no juzgar a nadie por filosofía y cuando supe de alguien que quiso dañarme, preferí no interesarme en ello. 

En contraposición, se hicieron presentes los que me agradecerán toda la vida el haber compartido mis conocimientos y tiempo para comprenderlos o al menos intentar empatizar con sus necesidades. El acompañar, guiar con paciencia, enseñar sin egoísmos y caminar, alcanzar y no alcanzar metas juntos, es algo que raramente se olvida.

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