Tomar responsabilidad, el insight

Partí escribiendo esta columna, sin ánimos de publicar, en la víspera de la luna llena del 27 de febrero de 2021, días en los que me embarga la emoción y mi sensibilidad está a flor de piel, me enfoqué en una idea y sin darme cuenta nació este regalo que merece ser publicado.

Entre septiembre 2020 y febrero de 2021 hice un curso de Autoconocimiento y Meditación con Marcela Torres/Onkardeep Kaur, Maestra Espiritual de Sri Ammabhagavan, en Instagram @medita_en. Fue un proceso muy limpio en el que paso a paso fui reconectando con mis emociones, retomando el camino hacia mi equilibrio espiritual.

Las lecciones impartidas en cada clase parecían tan simples y sin ser complejas realmente eran muy profundas,  llegar a internalizarlas fue un esfuerzo conjunto de toda la clase, porque las consultas y experiencias de todos los que estábamos en ese camino, contribuyeron enormemente a que pudiésemos experimentar que el  sufrimiento iba cesando.

En este proceso fui observándome – la clave de todo esto – reconociendo en mí los paradigmas y creencias que mantenían mi vida estancada en ciertos aspectos y a partir de ahí comencé a trabajar en la búsqueda de nuevas ideas que emanaron desde lo más simple de la vida a lo más profundo e íntimo de mi sentir.

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Piedra de Río

Deseo llegar a ser flexible como el agua que se adapta a la cuenca del río, la que a su vez moldea y define en cada instante.

O ser la piedra del río, que casi imperceptible a nuestros sentidos, se moja y se seca una y otra vez por miles de años, evolucionando a su modo, agitándose por las corrientes de quien la albergue, expandiéndose o contrayéndose por los cambios de temperaturas de un día en particular o por el transcurrir caprichoso de las estaciones, vibrando por el sol y la luna, la visita de un cometa, la alineación de los astros, su entorno energético más cercano y claro, siempre estamos nosotros, los seres humanos, para sorprenderla con algo inesperado.

Mientras estoy sentada con el agua hasta más arriba de las caderas en el río Cochiguaz, que corre frío y lleno de energía renovadora, siento las piedras en mis piernas, las tomo, las observo, las aprecio, las quiero y las dejo ir, pero mi espíritu no y viaja con una de ellas.

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Carta para el año 2020 por Paloma Grandón

Cuando me plantearon en Masticadoresdeletras el desafío de escribir una carta al año 2020 lo primero que se me vino a la cabeza fue: “¿qué le voy a decir al año 2020?”, “¿qué es un año?, ¿lee, oye, concede deseos?”. Pasaron varios días y muchas ideas vinieron a mi mente en torno a este desafío y entonces trabajé en recrear una definición: “Un año son 12 meses, 365 días, 8.760 horas, muchos minutos y una buena millonada de segundos, es decir un año es un periodo de tiempo finito, delimitado por un inicio y un término, ambos creados por convenciones religiosas, el 1ro de enero y el 31 de diciembre, respectivamente”.

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Fragmento de la carta para Alexis Rose, año 2002

—Revisando una caja de recuerdos, en la que guardo cartas, mapas, postales, fotos, certificados, diplomas, registros que me entregó mi papá, tarjetas y cuanto escrito hice o recibí desde que tengo recuerdo y necesidad de atesorarlos, me encontré una carta que escribí el año 2002 a mi amigo Alexis Rose que para ese entonces había partido con sus padres a vivir a Canadá y que titulé “La famosa carta larga, una historia corta de muchos personajes”.

Hoy reeditada, comparto con Uds. un fragmento que me transportó a más de 17 años en el tiempo.

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Crisis

Llego a mi trabajo me siento frente al computador y no sé qué hacer. Es como si todo estuviese listo y es un despropósito que yo esté ahí. Repaso temas en mi mente, pero mi imaginación es más fuerte y de aburrimiento visualizo un camino largo en algo así como un bosque en donde me encuentro con cajitas cada ciertos metros con las tareas pendientes de casi cero importancia. Solo verlas, me cansa. Entonces, continuo avanzando por ese largo camino de suelo blanco, árboles flacos con algunas hojas verde claro,— como un ficus que orinó una de nuestras gatas y cayó en desgracia, mientras los rayos de sol que arremeten en la trama se encargan de iluminar todo de inmovilidad y aburrimiento.

Alguna vez trabajar fue mi gran pasión y me sentí muy satisfecha de mis contribuciones, también aprendí que siempre hay alguien que se aprovecha de tu nobleza y los que no te respetan, pero en contraposición los que te agradecerán toda la vida el haber compartido tus conocimientos y tu tiempo para comprender, o al menos intentarlo, acompañar, guiar con paciencia, enseñar sin egoísmos y caminar, alcanzar y no alcanzar metas juntos. También estarán los que por alguna razón inexplicable no te quieren y la gente rara, los menos afortunadamente, que trato de no juzgar por filosofía y porque jamás me he interesado por ellos, salvo que desee practicar la compasión o bien desahogarme lanzando unos garabatos al aire para después regresar a la culpa y de ahí a la compasión otra vez. Aunque, últimamente ya no siento mucha culpa por mandar a la mierda a alguien.

Rodeada de todos y de nadie, en ese entonces, sentía como mi sangre fluía llena de ganas y pasión por avanzar en la concreción de proyectos, mejorar la eficacia, la eficiencia, eliminar papeles, ayudar a otros, gestionar apoyando y acompañando, deseosa siempre de aprender y aplicar cosas nuevas, sintiendo la presión a todo gas y disfrutándola. Uff que droga más potente, rica y autodestructiva es tu propia adrenalina.

Y por eso mismo, hoy no quiero volver a esos tiempos, porque de alguna manera me drogué tanto, que olvidé quien era y hoy me gusta ser libre, estar conmigo misma, con quienes quiero, en paz, cuando quiero, sin molestias, sin celos, sin apegos, sin compromisos, solo por el amor primero. Pero aun así paso 9 horas diarias en una caja de 2 x 2 que me alberga y a la vez me ahoga.

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